eflexiones sobre el constructo de laberinto y sus posibles implicaciones para el Coaching.
Ray Dalton
Introducción.
Lo que la construcción llamativa en el Parque Willen de Milton Keynes, la catedral Grace de San Francisco y el Parque Tapton de Chesterfield tienen en común con una obra teatral por Ilinka Crvenkovska, una fascinación de Jorge Luis Borges quien contagió a Humberto Eco y el internet con sus las posibilidades exploradas por sus hipertextos y hipervínculos es algo que ha atraído a la humanidad aparentemente desde la prehistoria, o sea, el laberinto. Desde los logros asistidos de Teseo hasta las aventuras virtuales de Lara Croft el constructo ha servido para la articulación de nuestros asuntos más profundos, sombríos y luminosos. En este artículo se explorará algunas facetas de lo que el constructo ofrece, particularmente para el mundo de coaching ontológico-transdisciplinario. Después de un breve recurrido histórico para ilustrar la antigüedad del constructo como una conducta, se pasará a ofrecer algunos comentarios relacionados con el constructivismo, el construccionismo social y el coaching.
Breve recorrido histórico.
El laberinto debe su nombre a la celebre construcción diseñada por el inventor Dédalo a pedido del rey Minos de Creta para mantener preso a su hijo Minotaura. Fue Teseo, quien navegó en los complejos pasillos para luego matar al monstruo usando hilo, regalo de Ariadna, la hermana del Minotauro, para mapear su camino. Nadie ha encontrado el sitio de este laberinto. La forma ha aparecido en muchos lados que remiten hasta la prehistoria. Monedas encontradas en Cnosos que originan en el tercer siglo antes de Cristo llevan la forma. Sin embargo los ejemplos conocidos más antiguos de los laberintos son pequeños y simples petroglifos que se encuentran en numerosos lugares alrededor del mundo, desde Siria hasta Irlanda y que aparentemente tienen una antigüedad de 3000 años. Otra asociación interesante se refiere al palacio de Cnosos también llamado la “casa del labrys”, o hacha doble, que ofrecía una defensa muy particular para el rey en tiempos de guerra. Sus habitaciones y corredores fueron organizados de tal manera para confundir y frustrar posibles invasores o asesinos.
El uso del laberinto como constructo físico con posibles aplicaciones como metáfora compleja relacionado con la complejidad de la vida encuentra un complemento y una variación muy interesante en su aparición como parte de rituales que implicaban el uso de danza y de música. El mismo palacio de Cnosos tenía una pista de baile con un dibujo laberíntico que servía para guiar a los que bailaban una danza erótica de la primavera. El origen de ese dibujo parece haber sido el laberinto tradicional de arbustos que se utilizaba para atraer a las perdices hacia uno de sus machos, enjaulado en la cerca central, con reclamos de alimento, quejas amorosas y desafíos. Los bailarines imitarían la danza de amor extática y renqueante de las perdices macho, cuyo destino era que el cazador les golpease en la cabeza. Una danza laberíntica parece haber sido llevada a Britania desde el mediterráneo oriental por agricultores neolíticos del tercer milenio antes de Cristo puesto que laberintos de piedra, parecidos a los británicos hechos en el césped, han sido encontrados en la zona «Beaker B» de Escandinavia y en el nordeste de Rusia. Otra asociación con danzar y ritual se encuentra en los escritos de San Jerónimo quien menciona la existencia en Palestina de una ceremonia llamada la Pesach, o ‘la renqueante’ que se realizaba en Beth-Hoglah o ‘el Templo del Cojo’, donde los devotos bailaban en espiral.
En la prehistoria los laberintos dibujados en el piso servían quizás como trampas para los espíritus malevolentes o más probablemente como rutas definidas, o coreografías, para danzas rituales. En varias culturas el laberinto también es asociado a ritos de iniciación que implican la superación de alguna prueba. Durante la época medieval el laberinto teocéntrico simbolizaba el duro camino hasta Dios con una sola entrada, el nacimiento o, posiblemente, la iniciación por Bautismo y Dios ubicado en el centro. La catedral de Chartres contiene, en el piso, un laberinto que representa la peregrinación a la “Tierra Santa” y Jerusalén. Los peregrinos solían recurrirlo arrodillados. En el sudeste de Europa se encuentran laberintos eclesiásticos, utilizados en otro tiempo con propósitos penitenciales. En el Renacimiento los laberintos efectivamente perdían el centro y la persona en el laberinto pasa a ser el centro, un reflejo de las enseñanzas humanistas antropocéntricas.
Laberinto: sueño, representación, constructo y paradoja.
Según algunos autores, en el mundo de la psicología profunda, cuando el laberinto aparece en los sueños, simboliza el inconsciente, el error y una confusión con respecto a lo real. Presagia o refleja disgustos y dificultades de todas clases salvo si conseguimos salir de él, en cuyo caso indica que hallaremos una solución inesperada que nos permitirá salir con bien de un asunto embrollado. También indica la capacidad de reaccionar ante lo absurdo. Estas observaciones nos ubican en uno terreno fronterizo entre lo que pretendemos describir y lo que inspira la descripción, o sea, en el proceso de la construcción de la descripción que pretende explicar, proceder y “realizar” conducta que luego se someterá a una “crítica”. Estamos en el reino de la posibilidad. Tomaremos como guía principal a Borges para nuestro viaje. Para él soñar y crear son sinónimos. Además, como admirador apasionado de los laberintos, usó el concepto para navegar por las implicaciones de nuestras preguntas más contundentes, particularmente la que indaga por la “realidad” o lo “real”.
El laberinto verbal o literario.
Obras como Don Quijote, Las Mil y Una Noche y Ulises eran, para Borges, laberintos verbales o maneras de pensar el impensable infinito. Para él Joyce era el “arquitecto de laberintos” algo particularmente notable en su obra más inaccesible Finnegans Wake. Concurría con Jung en su análisis de Ulises en que Joyce logra atraparnos en lo mundano rutinario hasta que gritemos frente a la falta de compromiso para generar más desde la posibilidad latente en cada instante. Se trata de la angustia inherente en la mediocridad y la paradoja implícita en el concepto de originalidad. Borges cita como muy buen ejemplo de un laberinto verbal o literario a una obra del Irlandés Flann O´Brien, gran discípulo de Joyce. En su novela “At Swin-Two Birds” un estudiante de Dublín escribe una novela sobre un tabernero de Dublín que escribe una novela sobre los parroquianos de su taberna, entre quienes está el estudiante, que a su vez escriben novelas donde figuran el tabernero y el estudiante, y otros compositores de novelas sobre otros novelistas. El libro es emergente de los muy diversos manuscritos de esas personas reales o imaginarias, copiosamente anotados por el estudiante. “At Swin-Two Birds” no sólo es un laberinto sino también es una discusión de las muchas maneras de concebir la novela irlandesa y un repertorio de ejercicios en verso y en prosa que ilustran o parodian todos los estilos de Irlanda. Para Borges la influencia de Joyce en este texto es innegable. El maestro de laberintos inspiró a su discípulo a generar uno. Entre lo más interesante aquí se encuentran los conceptos de reciprocidad y de circularidad y la tensión entre finitud y infinitud. Cada texto genera el autor de los demás textos. Al mismo tiempo ningún texto es real en el sentido “clásico” de una realidad objetiva. Cada realidad reside el la descripción generada por su “autor” y la confusión aparece cuando los relatos se encuentran se entrelacen y se contraponen, generando otro relato y, a la vez un dilema en la mente del lector que reencuentra generando su propio relato. Una ilustración gráfica de esa paradoja la hallamos en un grabado célebre de Escher llamado Tekenen (1948). ¿Quién genera a quien? en la confluencia de relatos y narrativos.
Tanto el constructivismo como el construccionismo social se apoyan en esos conceptos observando como mundos nacen de conversaciones privadas y publicas.
La tensión finitud – inifinitud.
Para Borges el laberinto, además de ser finito, se aproxima a lo infinito. Es un lugar determinado y circunscrito y por lo tanto, finito. Sin embargo, su recorrido interno es potencialmente infinito. Además, el “sujeto”, o sea, cada uno de nosotros, no está afuera, preguntándose por el sendero que lleva a su centro, sino adentro, desde siempre, resignado a no poder salir. En su ensayo de 1939 “Cuando la ficción vive en la ficción”, Borges cuenta:
“Debo mi primera noción del problema del infinito a una gran lata de bizcochos que dio misterio y vértigo a mi niñez. En el costado de ese objeto anormal había una escena japonesa; no recuerdo los niños o guerreros que la formaban, pero sí que en un ángulo de esa imagen la misma lata de bizcochos reaparecía con la misma figura, y en ella la misma figura, y así (a lo menos, en potencia) infinitamente… Catorce o quince años después, hacia 1921, descubrí en una de las obras de Russell una invención análoga de Josiah Royce. Éste supone un mapa de Inglaterra, dibujado en una porción del suelo de Inglaterra; ese mapa debe contener un mapa del mapa, que debe contener un mapa del mapa del mapa, y así hasta lo infinito… Lo que más adelante será llamado “laberinto” comienza siendo presentado como un “objeto anormal”, que produce “misterio y vértigo”.”
El mapa dentro del mapa: la circularidad y la reciprocidad.
En “Las ruinas circulares”, Borges presenta un mago quien extrae de su sueño una criatura que se le asemeja, y al final de la historia descubre que él también está siendo soñado por otro. El segundo de sus poemas “Ajedrez” concluye con las palabras:
“Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías?”
De esta manera describe una relación de creación donde no sólo todo creador es al mismo tiempo una criatura que, como vimos en el grabado de Escher, para confundir los planos, puede llegar inclusive a derivar de su propia criatura. El laberinto, concebido como una estructura de la que no se puede salir, da así como resultado el inmanentismo antropológico, teológico y teleológico literario. En el soneto “Sueña Alonso Quijano”, Cervantes sueña a Alonso Quijano, que sueña a Don Quijote. En la confluencia de los dos sueños, Quijano sueña, o sea, inventa la historia de su propio autor, Cervantes:
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
Y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
Está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
Los mares de Lepanto y la metralla.
Se trata de una circularidad, una reciprocidad creadora. Cada creador crea al otro quien, a la vez, lo crea. Se puede representar esta alimentación circular – recíproca en otro grabado de Escher donde el río termina desembocándose en su propio fuente.
Todo fluye desde y hacía una primera instancia de posibilidad o un punto alpha o, mejor dicho para Borges, un “Aleph”. Para él, en “el Aleph se encuentra un laberinto de reciprocidad: “… vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra…” En otro sonedo –“Adam cast forth”- Adán es a la vez creatura y creador de
Dios, sueño de un Dios al que ha soñado:
¿Hubo un Jardín o fue el Jardín un sueño?
Lento en la vaga luz, me he preguntado,
Casi como un consuelo, si el pasado
De que este Adán, hoy mísero, era dueño,
No fue sino una mágica impostura
De aquel Dios que soñé… “
Atrapados en búsqueda de mapas.
En este laberinto nos resulta imposible salir totalmente del sueño, de la biblioteca, de la ficción. Cuando uno se cree salir, es que se ha entrado en una ficción más amplia. En su contundente “Laberinto” observa
“No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin…”
Así es que el laberinto es el principio y el fin. Es la posibilidad de todo mapa y la seguridad de que ningún mapa lo agotará. Es nuestra manera de recordarnos que el infinito está siempre al alcance de la mano. El laberinto es, por lo menos para Borges, la faceta de nuestro ser que se aproxima a lo divino. Cuando quiere rezar, se dirige al laberinto:
Gracias quiero dar al divino
Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de las criaturas
Que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar
Con un plano del laberinto.
El tercer hombre.
Sin embargo ninguno de nosotros puede evitar la búsqueda de una realidad trascendente. La teoría aristotélica del tercer hombre que es, para Borges, una de las más antiguas formas de laberinto. El tigre de nuestras palabras nunca será el animal cuya sangre es caliente y cuya existencia está percibida para luego, aun en un instante, ser vivida en un relato que lo reemplaza. La teoría aristotélica de un tercer hombre que sería otro que él de la causa del relato o descripción y otro que la misma descripción aparece en Borges como un tigre:
Un tercer tigre buscaremos. Éste
Será como los otros una forma
De mi sueño, un sistema de palabras
Humanas y no el tigre vertebrado
Que, más allá de las mitologías,
Pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
Me impone esta aventura indefinida,
Insensata y antigua, y persevero
En buscar por el tiempo de la tarde
El otro tigre, el que no está en el verso.
Este anhelo de lo que está más allá de la representación, de los sueños, del verso, es la constante inspiración de todas nuestras capacidades e inteligencias. Es la búsqueda de la mirada anhelada por Yeats que nos iluminaría pero que no está a nuestro alcance porque el bailarín no puede separarse del baile y no puede encontrar el instante donde baila y se observa bailando. La iluminación o revelación tanto para Borges como para Yeats no es una trascendencia que pueda encontrarse al final del camino por el hecho sencillo de que el camino no tiene final. Mientras vivamos nunca saldremos de nuestra morada, que es camino y que es laberinto. A diferencia de su héroe Joyce, Borges se permite un momento de fe en Dios y en la posibilidad de percibirlo:
“El camino es fatal como la flecha
Pero en las grietas está Dios, que acecha.”
El Arquitecto Independiente y el Colegio de Arquitectos: el Constructivismo y Construccionismo Social.
La tensión finitud – infinitud y los conceptos de circularidad y reciprocidad subyacen el constructivismo y el construccionismo social. El sueño individual y el acto de soñar juntos se complementan y constituyen mapas generados desde el laberinto. Nosotros hemos soñado el mundo y lo hemos soñado de todas maneras y dándole una multiplicidad de formas. Es, a la vez, resistente y perecedero, simple y misterioso, visible e invisible, extenso e ínfimo en el espacio y firme e inestable en el tiempo.
No se olvida que soñar implica crear, o sea, accionar. Se trata de una conducta que tiene sus raíces en nuestra capacidad para predecir, prever y pronosticarla, individual y socialmente. Se trata de la generación de pensamientos, sentimientos y diferencias observables en nuestro alrededor y una reflexión, sea individual o social sobre lo que captamos.
Cada uno puede ser dueño de su diseño y responsable por su implementación quizás desde un camino popperiano a verdades heurísticas pragmáticas o viviendo una homofilia aristotélica o procediendo con rigor cartesiano hacia un mundo cada vez más racionalmente loco o bailando con su sombra junguiana o detectando los aleteos de mariposa de mayor trascendencia de su existencia. Además podemos diseñar juntos en un camino consensuado sobre y hacia laberintos de comprensión o desencuentro mutuo. Sin embargo nuestros relatos, el coser y descoser de nuestra conducta, la vivencia dentro de mundos que remiten a descripciones que se apoyen entre sí y que confluyen para generar encuentro y desencuentro constituye el evento que cada coach presencia y donde pretende desenvolverse.
Conexión con el enfoque existencialista del Coach.
Cada laberinto es constructo y meta constructo. Quizás el enfoque filosófico que más insiste en una concientización de la responsabilidad personal y comunitaria para construir se encuentra entre los autores del existencialismo moderno. Su enfoque parte del concepto de existencia humana como una unidad de pensamiento, voluntad, sentimiento y acción, una unidad realizada en cada momento histórico. Sören Kierkegaard, considerado por muchos como el padre del existencialismo moderno, se opuso a toda filosofía de la esencia sencillamente porque no preguntaba por el ser. Para él la realidad humana es “existencia y esencia”. Para él el ser humano, como existencia, no es un ser estático, óntico, sino esencialmente movimiento, proceso, desarrollo de sí mismo. Para actuar moralmente el individuo debe haber decidido incondicionalmente a ser él mismo. Se trata de la elección, de parte de cada uno, de uno mismo como individuo, o sea, la elección de la propia libertad. Esta elección es decisiva:
“La elección originaria está siempre presente en cada elección sucesiva.”
Martin Heidegger, proponiendo una ontología fundamental, arma una ética desde la pregunta por el sentido del ser, una pregunta que implica una analítica del “ser-ahí”. Desde este análisis salen como características o aspectos existenciales la angustia, el miedo, el ser para la muerte y el concepto del proyecto consciente posible desde la capacidad humana para “preserse” anticipadamente.
Karl Jaspers amplia el análisis del Dasein (ser-ahí) tomando contacto con distintas “situaciones cardinales”: el dolor, la lucha, la culpa, la muerte. Él, desde su realidad de paciente y médico observa e interpreta cómo el individuo, en su comportamiento consigo mismo, se proyecta mas allá de sí posibilitando lo trascendente.
Sartre, sosteniendo que la existencia es anterior a la esencia, propone la libertad radical, una libertad vulnerable a muchas condiciones pero no destructible que existe como opciones que construyen un proyecto original, un proyecto modificable desde elecciones nuevas. Cada uno es el único responsable por tales elecciones. No hay inocentes. La libertad, experimentada como condena u oportunidad, es universal. Sarte recurre al imperativo categórico de Kant como mecanismo que orienta esta libertad responsable.
Camus presenta la libertad como la posibilidad de armar una protesta contra la inhumanidad de la existencia. Los acondicionamientos, la fragilidad, la tarea monumental de vivir humanamente constituyen el contexto donde el hombre logra que lo absurdo ceda frente a su esfuerzo:
“La lucha por alcanzar las cimas basta para llenar el corazón del hombre.”
La ética existencial pone mayor énfasis entonces en la existencia del hombre como individuo entre otros individuos. La existencia humana es el lugar originario en el que la moralidad se produce como ser histórico de la vida, y el tiempo como el momento de lo histórico. Más importante que lo empírico, que tarde o temprano se extingue junto con el hombre que lo hace es el sentido o validez del comportamiento. Esto es lo que sobrevive.
Coaching desde circularidad y reciprocidad como estructura de la posibilidad: ética y el círculo hermenéutico.
Hermenéutico vine del griego “hermeneuein” o interpretar. Este método fue desarrollado principalmente por Hans-Georg Gadamer a partir de las ideas de Martin Heidegger. Se trata de una hermenéutica o interpretación como una clarificación de la interacción entre tradición – cultura y el individuo que trata de conocer y comprenderse en su realidad moral. Se trata de una evaluación de la manera en que la historia es mediadora de esta autocomprensión. Martin Heidegger explica este movimiento con el concepto del «circulo hermenéutico»:
«Toda interpretación se mueve, además, dentro de la descrita estructura del «previo». Toda interpretación que haya de acarrear comprensión tiene que haber comprendido ya lo que trate interpretar. Lo decisivo no es salir del círculo, sino entrar en él del modo justo. Este círculo del comprender no es un círculo en que se movería una cierta forma de conocimiento, sino que es la expresión de la existenciaria estructura del previo peculiar del «ser ahí» mismo. El «círculo» del comprender es inherente a la estructura del sentido, fenómeno que tiene sus raíces en la estructura existenciaria del «ser-ahí», en el comprender interpretativo.» (El ser y el tiempo.)
Es importante reconocer que Heidegger no ve este círculo como un círculo lógico sino ontológico. Entonces se trata de armar no una estructura de pensamiento sino una estructura del ser. Este consiste en conciencia de parte del ser de su realidad como ser-en-el-mundo que hace que se proyecte al y en el mundo, percibiendo que su proyecto es realizable.
El círculo hermenéutico es importante para la ética en la medida en que la autocomprensión de una persona en sus acciones siempre depende de la observación comprensiva de las acciones de otros. Cada persona arma su ética en el proceso hermenéutico de búsqueda de sentido, un proceso que incluye tanto la inmersión en una tradición viva que es a la vez una interpretación que permite ser interpretada. Se trata de verdades contrapuestas que no permitan una resolución clara y definitiva, o sea, la presencia de caminos de vida vividos y presentados como fruto de la dirección de la voluntad y la acción humana como fundamentados en una instancia de libertad incondicional y, a la vez, condicionados cultural y socialmente. Sin embargo, en esta visión lo incondicionado nunca se agota en lo condicionado, sino que se proyecta más allá de éste, hacia la realización de la posibilidad más adecuada.
Para la ética hermenéutica el problema fundamental es la evaluación de cómo la mediación histórica de lo bueno en sí y la situación práctica de cada momento se combinan en el saber y la acción moral resultante. La interpretación deseada es, por supuesto, la información más comprensible y eficaz para el momento histórico a vivir. Se trata de una ética que interpreta los hechos, lo existente, lo históricamente devenido.
Se trata de una mediación, de parte del ser, que, a través de su praxis, logra un camino válido a partir de su tradición. El mismo ser logra, a través de estas acciones, que han de ser transparentes, forjar a sí mismo como persona moral que actúa en el contexto histórico de un horizonte de sentido que no ha fijado él solo. Por este motivo siempre se trata de una autocomprensión que incluye conciencia de prejuicios que han de ser evaluados antes de ser aceptados.
La conciencia particular del Coach.
El Coach es consciente del hecho de que cada red de significados es simultáneamente mapa y laberinto, o sea, mapa en que pretende ofrecer camino y posible proyecto y laberinto en que se presta ya a una infinitud de significados que esperan ser observados. Es consciente de que se mueve dentro de su propio laberinto desde mapas que se co-crean o se co-destruyen y que constantemente se modifican y transforman desde el descubrimiento y la vivencia de otra posibilidad. Ha experimentado el vértigo que es sentirse posibilidad y absurdidad frente al hecho de haber sido interpretado y poder interpretarse de otra manera o hasta diametralmente opuesto a su manera “actual”. Sabe pararse frente a las posibilidades omnipresentes y escuchar.-
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