Incursiones Ontológicas Inevitablemente Lingüísticas

— Incursiones Ontológicas Inevitablemente Lingüísticas

Reflexiones relacionadas con el libro “Ontología del Lenguaje” de Rafael Echeverría.

Lic. Ray Dalton Director – Instituto de Estudios Integrales

Introducción.

“¿Ser o no ser?”, según Hamlet de Shakespeare es la pregunta que ruega ser contestada. Alguien como Sartre respondería “Si.” dejando a Hamlet en paz para seguir con su soliloquio. Un elenco interesante de interlocutores pediría que aclarara la pregunta ofreciendo significados para las palabras ser, no y el signo de interrogación. Entre estos mismos interlocutores se encontrarían los charlatanes que no quieren ni una contestación, ni siquiera una conversación y los que indagan con sinceridad para que haya una conversación creativa.

Se trata de la pregunta por el ser, formulada en palabras humanas, una cuestión ontológica y lingüística cuya respuesta será elaborada si bien no ontológicamente, por lo menos lingüísticamente. Se trata de lo que subyace en la condición humana, este “algo” que es, a la vez anterior a todo y más allá de todo, o sea, el “ser” y “no ser” que son los presupuestos ontológicos. Aparecerán con claridad en cuanto alguien se anime a preguntar por ellos, en cuanto alguien formule y arregle las palabras que los convocan.

La siguiente reflexión constituye una breve incursión en el debate o la conversación que rodean los conceptos de ontología y de lenguaje y la compleja conexión entre ambos. Después de una breve aclaración de los términos “ontología” y “lenguaje” se ofrecerá una mirada breve al texto “Ontología del Lenguaje” de Rafael Echeverría y un comentario sobre algunos de los héroes no reconocidos que ofrecieron los mismos conceptos a lectores de distintos siglos y culturas. En carácter de conclusión o inconclusión se ofrecerán algunos comentarios.

Ontología y lenguaje.

Leibniz, en su única mención del término, (Couturat 1903) describió ontología como la ciencia de algo y de nada, del ser y del no-ser, de la cosa y la modalidad de la cosa. Para Kant (1997) la ontología es una filosofía trascendental, el sistema de todas nuestras cogniciones a priori, efectivamente una epistemología que abraza todo concepto puro del proceso de saber y todos los principios del saber y de la razón. Suma todos nuestros conceptos a priori de todas las cosas. Es lo que esta operante en el acto de generación del saber.

Cuando Bateson (1971) habla de epistemología como el conjunto de reglas a través de las cuales construimos nuestra experiencia está en la misma vecindad. Brentano (1975) usa las cuatro distinciones de lo accidental, lo verdadero, lo categorial y lo potencial para explorar el mundo ontológico. Todos, con distintos grados de conciencia, proceden de las palabras usadas por Aristóteles (1997) para comenzar el cuarto libro de su Metafísica: “ser se dice de distintas maneras”. La importancia de estas palabras para Aristóteles está reflejada en el hecho de que las usó en libros VI y VII de la misma obra. Sus implicaciones son de mayor trascendencia.

La relación que establecen entre el ser y el decir fascinaría a Heidegger (1987, 1993) entre muchos a lo largo de varios años fomentando la ontología con que pretende refundamentar lo que es cognición a priori o los principios básicos de todo sistema de cognición. Lo lleva a plantear la diferencia entre habladurías y habla, o sea, entre un discurso que forma parte de una conducta poco original y un discurso que forma parte de un auténtico proyecto, un real generarse a sí mismo desde si mismo.

En este contexto, no particular de Heidegger, ni original en que lo encontramos en muchos autores anteriores, palabras humanas reciben una importancia suprema. Representan las cogniciones que constituyen mundos. Provienen de las reglas que delimitan los mundos y son los elementos constitutivos de estas mismas reglas en un giro lingüístico – socio – cultural que nos llevan al habla que estamos siendo en todo momento. Ontología entonces tiene que ver con lo fundamental en términos de los significados humanos. Incluye los presupuestos sobre los cuales pisamos cuando elaboramos nuestras pretensiones cognitivas y sus correspondientes acciones. Lenguaje es semiosis, o sea, el proceso de generación de palabras humanas, con todo que esto implica, neurofisiológica, psicológica y socio-culturalmente.

El libro “Ontología del Lenguaje”.

La Ontología del Lenguaje es el nombre de un libro escrito por Rafael Echeverría (1998) y no de una disciplina particular. El valor principal del libro consiste en que promueve una reflexión que nos conecta con los pensadores que han observado las relaciones entre nuestras estructuras lingüísticas y la dialéctica entre nuestras costumbres y nuestro mundo “interior”. Hablaremos de algunos de ellos a continuación.

En su obra, sostiene que creamos el mundo con nuestras distinciones lingüísticas, con nuestras interpretaciones y relatos, y con la capacidad que nos proporciona el lenguaje para coordinar acciones con los demás. Los seres humanos son, eminentemente, seres lingüísticos. El lenguaje pasa a ser lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que somos. Es la clave para comprender los fenómenos humanos. Elaboramos quiénes somos a través de él. Somos seres sociales. Insiste en que el lenguaje es generativo, o sea, que el lenguaje no sólo nos permite hablar «sobre» las cosas sino que hace que ellas sucedan. El lenguaje, por lo tanto, es acción. Es generativo en que crea realidades humanas. Al hablar, hacemos declaraciones, afirmaciones, promesas, pedidos y ofertas. Estas acciones son universales. La capacidad para distinguir y ejecutarlas nos abre o no nuevos espacios de posibilidades. El arte de interpretación pasa a ser la manera en que los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él. Al decir lo que decimos y al decirlo de un modo y no de otro, o callando cosa alguna, abrimos o cerramos posibilidades para nosotros mismos y para otros. A partir de lo que dijimos o se nos dijo, a partir de lo que callamos, a partir de lo que escuchamos o no escuchamos de otros, nuestra realidad futura se moldea en un sentido o en otro. Así es que nosotros forjamos nuestra identidad y la del mundo en que vivimos a través del lenguaje.

Los distintos pensamientos relacionados tanto con la ontología como con el mundo lingüístico, aunque se encuentren, en esta obra, en una síntesis accesible, no reciben ninguna modificación ni ampliación de mayor trascendencia. Se trata de una elaboración interesante de lo que Heidegger llamaría el círculo hermenéutico o el camino a través del cual cada uno de nosotros se interpreta en su habla. Lo que llama la atención incluye la ausencia de referencias a pensadores de distintas escuelas y momentos en tiempo que ilustrarían la larga tradición detrás de las ideas centrales.

Puesto de manera sencilla, todo grupo fundamentalista y dogmatista de toda tradición filosófica y religiosa ha sabido, desde tiempo inmemorial, la importancia de ciertas formulaciones de “verdad” y personas han muerto de manera terrorífica y cruel por una frase, una palabra, una resignificación de una palabra. Por siglos las autoridades católicas insistieron en que sus fieles no leyeran la Biblia ya que contenía todo tipo de error protestante, algo que una famosa encíclica llamada “Divino Afflante Espíritu” remedió en los principios del siglo XX.

Puesto de manera más elaborada, ¿cómo es que autores como Hobbes no figuran como co-dialogantes en este “descubrimiento”?. Es, entonces, una pregunta interesante ¿porqué nuestra naturaleza como seres lingüísticos es un “descubrimiento” relativamente nuevo? si hay una larga lista de autores que lo han anunciado implícitamente y explícitamente a lo largo de muchos siglos. Quizás la decadencia lingüística en algunos ámbitos tiene algo que ver con el asunto. En este sentido resulta parecido al redescubrimiento del diccionario por parte de personas acostumbradas a no captar significados, no elaborar sintaxis y no usar palabras conscientes de su dimensión pragmática principalmente a causa de una formación que carece de lo rudimentario en términos filosóficos, o sea, un estudio mínimo de lógica, poética y retórica, algo que se realizaría enseñando a amar las palabras y a sus posibilidades. Sin polemizar más se presentará a continuación a otros autores que promueven las posibilidades generativas del lenguaje.

Hobber, Orwell, Whorf y Sapir.

Hobbes no es una figura que suele aparecer en debates relacionados con el poder generativo del lenguaje. Sin embargo, su postura frente a la relación entre el lenguaje y la razón es de importancia suprema. Para él, el habla y la razón están conectados causal y epistemológicamente ya que el habla es anterior a la razón. Esta primacía causal y epistemológica sostiene, sencillamente, que no hablamos porque razonamos sino que razonamos porque hablamos. La palabra hablada es el progenitor de la razón y no solamente su producto. En Leviatán (1990) hablando del poder del discurso humano y de los peligros de dejarse ser instruido sin pedir o buscar fundamentación de significados, escribe “y en malas, o ausencia de, definiciones, se encuentra el primer abuso de lenguaje desde donde procede toda posición falsa o absurda y que hace que estos hombres que toman su educación desde la autoridad de libros sin recurrir a su propia meditación sean tan inferiores a hombres ignorantes como hombres de verdadera ciencia son por arriba de ellos.”

Quizás las pruebas más claras o contundentes de esta aserción incluyen los niños criados por o entre animales (Itard, 1980 y Malson, 1972). Precisión en el habla promueve o fomenta precisión en el razonamiento, como consecuencia, imprecisión en el habla fomenta imprecisión en el razonamiento y, como consecuencia, imprecisión en la estructura social, económica, jurídica y política. El discurso de un individuo y del conjunto de ciudadanos es el generador y el sostén de la estructura compleja adaptativa que es el estado. El mensaje de Babel es claro. Si hay confusión en el lenguaje todo decae, todo se destruye. Para él la palabra no fundamentada es “un sonido insignificante. Ha habido una abundancia de ellas generadas por hombres de letras y por filósofos confundidos.”

Al uso confundidor y, posiblemente ingenuo o perezoso, de lenguaje impreciso (con todas las consecuencias ya mencionadas) sumamos las observaciones y/o predicciones de Orwell cuando presenta un mundo elaborado o generado por un uso consciente y premeditado de un discurso impreciso y eufemístico. El mundo que en el libro “1984” anunció y su terrorífico cumplimiento por parte de personas como Himmler ilustra el lado oscuro del habla. Su premisa es clara. Si sustituimos términos descriptivos neutros en términos de valores explicativos por términos que explican de manera distorsionada, inflamatoria y peyorativa, abrimos la puerta a todo tipo de malestar.

Fácilmente “ofrecer trabajo” pasa a significar “explotar”, “anunciar huelga” pasa a ser “promover inestabilidad social”, pedir que un alumno recurse una materia pasa a ser discriminación sexista, racista o religiosa y genocidio pasa a ser limpieza de una raza (racial cleansing). Este último está entre los que más repulsión genera. Auchwitz entonces era un “centro de limpieza”. Orwell (1946) grita que la sustitución lingüística es el malestar más grande de nuestro, y de cualquier, tiempo. Efectivamente se une a todos que se han opuesto al lado oscuro del sofismo desde que hay un uso metalingüístico del lenguaje. La perdida de precisión semántica, sintáctica y pragmática debida a una sustitución lingüística hecha por cualquier conjunto de propósitos demuestra la dependencia humana sobre su lenguaje. Cuando Orwell presenta un estado donde “Libertad es Esclavitud”, “La guerra es la paz.” y “La vida es la muerte.”, no exagera. Ya lo hemos vivido en ámbitos “derechos y humanos”.

A las observaciones de Hobbes y Orwell sumamos el pensamiento de Whorf (1959) y Sapir (1949). Whorf observa, más o menos en la misma manera que Orwell, que el lenguaje natural no es ni neutro con respecto a valores ni una descripción pura y objetiva. Sostiene que la manera en que observamos el entorno está condicionada parcial o completamente por nuestros convenios idiomáticos, nuestras estructuras lingüísticas y nuestras funciones semánticas. Cuando escribe (mucho más temprano en el Siglo XX que los descubridores del ser lingüístico) sobre la naturaleza del lenguaje, observa que el sistema lingüístico de fondo, o sea, la gramática, del lenguaje no es meramente un instrumento de reproducción para la articulación de ideas sino es, en si mismo, un moldeador o formador de ideas, siendo un programa o guía para la actividad mental del hablante. Dirige, para él, nuestro análisis de lo que percibimos y nuestra síntesis de los distintos procesos analíticos. “La formulación de ideas no es un proceso independiente y estrictamente racional en el sentido tradicional de la palabra, sino que procede de una gramática particular y difiere apenas o muchísimo según la gramática empleada. (op. cit. p. 212)”.

Sapir (1949), por su parte insiste en que “cuando la forma de un lenguaje está establecida, puede descubrir significados para sus hablantes que no se pueden rastrear a un momento de experiencia por parte de ellos sino que han de ser explicados mayormente como la proyección de posibles significados sobre la materia prima de experiencia.” (op. cit. p. 10).

Para ofrecer un ejemplo claro de estas posibilidades encontramos entre los herederos más interesantes y polémicos de Whorf, Sapir et al. a Szasz (1984 y 1994) quien insiste en que la enfermedad mental es un constructo lingüístico que desorienta a la gente. Recurriendo a la semiótica ofrece la observación de que la clasificación de pensamientos, sentimientos y conductas como enfermedades es un error lógico y semántico. En otras palabras personas con enfermedades cerebrales están enfermas literalmente. Personas con enfermedades mentales están enfermas metafóricamente. La clasificación de ciertas maneras de pensar como enfermedades abre la puerta al control social revestido en trapos de intervención terapéutica por parte de cualquier grupo que ejerce poder político.

La palabra adicción es otra que abarca a una multiplicidad de significados. Es una cuestión compleja hasta que punto debe ser aplicada a personas que miran “demasiada” televisión o Internet, tienen “demasiadas” relaciones sexuales (¿Soy adicto a mi esposa? ¿Debo frenarme antes de cruzar la línea de peligro?) o lean demasiado libros. Es interesante observar que un estudiante responsable y entusiasmado dentro de cualquier carrera o profesión será adicto según ciertas “definiciones” por el hecho sencillo de la cantidad de tiempo que lee y el hecho de que se gratifique leyendo. La posibilidad de que esté en un proceso fascinante y creativo de aprendizaje tendrá que ceder entonces frente al diagnóstico de adicción.

Un comentario relacionado con la co-ordinación de acciones.

Entre los asuntos abordados por Echeverría en su libro se encuentra el papel central de lenguaje en la co-ordinación de acciones. En términos éticos nos encontramos en un contexto particularmente aristotélico, a pesar de las conexiones con la ontología pre-socrática. Fue Aristóteles quien propuso una agrupación humana motivada por lo que llamaba homofilia, algo que no es una perversión según el DSM IV sino un amor hacia el semejante que se ofrece como medio y fin de la convivencia humana. Suena muy parecido a lo que tendría que animar la escucha que promueve buenas iniciativas. Sin embargo el clima humano que personas como Echeverría proponen como posibilidad alcanzable desde la buena comunicación puede llegar a tener algo de la actitud ingenua de este rincón aristotélico, o sea, que presupone que “buena” y “clara” son sinónimos, un error semántico muy peligroso. Sin embargo lo “bueno” proviene de un amor que la comunicación clara puede promover, o no. La persona violenta suele ser muy clara en lo que habla. Sin embargo hay que agradecer a autores como Echeverría quienes con, quizás, distintos grados de conciencia, están promoviendo cuestiones profundamente filosóficas en sus escritos. El futuro está colgado de las conversaciones que tendrán que elaborar el camino ético humano. La necesidad de adquirir distinciones, o sea, de nombrar lo que experimentamos y luego de experimentar lo que pretendemos nombrar, requiere, entre otras cosas, conciencia ética.

En carácter de inconclusión.

Estas páginas no pretenden ser más que una incursión en un campo complejo y fascinante. Pretenden ser curiosas e irreverentes. Hay que temer a libros ofrecidos como originales, novedosos y agotadores de posibilidades humanas. Hay que temer más aún a los que lean nada más que estos libros. El aporte de “Ontología del Lenguaje” es, quizás que estimula la reflexión en áreas de mayor trascendencia humana, o sea, los distintos poderes humanos relacionados con el uso consciente del lenguaje, la buena comunicación y el compromiso responsable. Los que pretendemos estudiar y promover estos asuntos sabremos conectar las distintas líneas de pensamiento que aparecen en el libro con las varias, profundas y ricas tradiciones que lo anteceden y rodean.

Bibliografía.

Aristóteles (1997) Metafísica, Colección Austral, Madrid.

Bateson, G. (1971) La cibernética del sí –mismo: una teoría del alcoholismo. En Pasos hacía una Ecología de la Mente, Ed. Planeta – Carlos Lohle, Buenos Aires, 1991,(págs. 339 – 367.)

Brentano, F. (1975) On the Several Senses of Being in Aristotle Translated by Rolf George, University of California Press, Berkeley.

Couturat, L. (1903) Opuscules et fragments inédits de Leibniz Paris

Echeverría, R. (1998) Ontología del Lenguaje, Dolmen Granica, Santiago de Chile.

Heidegger, M. (1987 De camino al habla. Ed. Odós. 1987.

Heidegger, M. (1993) El ser y el tiempo. Obras Maestras del Pensamiento Moderno. Ed. Planeta – Agostini.

Hobbes, T. (1990) Leviathan Ed. R. Tuck, Cambridge University Press, Cambridge.

Itard, J. (1980) The Wild Boy of Aveyron, Ed. NLB, London.

Kant, I. (1997) Lectures on metaphysics – Part V. Metaphysik L2 (1790-1791) Traducido y editado por Karl Ameriks and Steve Naragon – Cambridge, Cambridge University Press. (p. 307 y p. 309)

Malson, L. (1972) Wolf Children, NLB, London.

Orwell, G. (1946) Politics and the English Language, Horizon.

Sapir, E. (1949) The Nature of Language en The Selected Writings of Edward Sapir. Ed. D. Mandlebaum, University of California Press, Berkeley and Los Angeles.

Szasz, T. (1984) The Myth of Mental Illness: Foundations of a Theory of Personal Conduct, New York, Harper Collins.

Szasz, T. (1994) Cruel Compassion: Psychiatric Control of Society´s Unwanted, New York, Wiley.

Whorf, B. (1959) Science and Linguistics en Language, Thought and Reality: Selected Writings of Benjamin Lee Whorf, Ed. J. Carroll, Cambridge: Technology Press of MIT, New York.

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